EN EL FINAL DE LAS COSAS
En el final de todas las cosas
había una soledad impenetrable.
Era algo más denso
que una sombra perdida en la memoria
y sus túnicas morian de pliegue en pliegue.
Tampoco parecía ser la muerte
ya que una náusea la atraía
desde el vaho silencioso y ambiguo
del vapor enrarecido.
Y el tiempo jugó a los dados
mientras las pepas del melón fermentaban
una extraña sed de silencio.
Yo permanecí agazapado
simulando ser una estatua moribunda.
En realidad, quería acercarme
a este solemne misterio de la soledad.
El sol parecía aullar como un lobo de luz
sin embargo, la sombra permaneció inalterable
y las túnicas se ensangrentaron
con el sudor y la sangre de las palabras.
La muerte salió de su escondrijo
y se llevó la llave.
Los fantasmas se congregaron frente al muro
y no dejaron ninguna señal
respecto al lugar donde ha ido la muerte.
Solo sé que mi pensamiento estornuda en el vacío,
y hay un racimo de dudas entre telarañas.
E.D.A
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